Coliseo.
Su verdadero nombre es Anfiteatro Flavio, la denominación de Coliseo se le dio
posteriormente, se cree que hace referencia a la colosal estatua de Nerón que
se encontraba en sus proximidades. Es sin duda la obra más representativa del
arte romano, y que representa a dicho arte siendo símbolo de la grandeza y
poderío del imperio romano.
Su construcción se realiza por mandato de Vespasiano en
el año 72 d.c, y se inaugura en el año 80, bajo el reinado del emperador Tito,
la historia de sus añadidos y restauraciones es continua. Disponía 80 filas de
gradas y albergaba 109.000 espectadores. Se trata de un edificio monumental,
cuyo radio mayor tiene 188 m
y el menor es de 156. La altura del edificio es de 57 metros . El anfiteatro
es de planta elíptica, con una estructura curva que le confiere un gran sentido
espacial. En su interior bajo las gradas quedaban enormes pasillos que
permitían una rápida evacuación y facilitaban la entrada al anfiteatro. La
mayoría de los palcos tenían una antesala y estaban distribuidos según su
estatus social. La arena esta formada por unas vigas de madera bajo las cuales
hay un sótano con pasillos, jaulas, almacenes, cárceles, y demás elementos necesarios
para el desarrollo de los espectáculos.
El problema que presenta la enorme carga de la cávea o
espacio de gradas destinado a los espectadores, se resuelve mediante la
inclusión de poderosos arcos de medio punto que sostienen las bóvedas anulares,
sobre las que se asientan los diferentes niveles de gradas. Al exterior tres
líneas de arcadas superpuestas articulan el muro, correspondiéndose con los
tramos abovedados del interior. Los arcos se encuentran flanqueados por
semicolumnas y rematados por dinteles, que sirven de cornisa de separación con
el piso superior.
En el Coliseo Romano se realizaban sangrientos
espectáculos públicos. Este tuvo especial crueldad en tiempos paleocristianos,
es decir en los tres primeros siglos de nuestra era. Fue habitual la lucha de
los "gladiadores", los cuales luchaban literalmente hasta morir. En
ocasiones, si la gente lo pedía y la máxima autoridad lo permitía, se perdonaba
la vida de ambos luchadores. Para ello debían hacer un muy digno combate.
Complementaba el espectáculo batallas navales y enfrentamiento entre animales
salvajes y personas
El anfiteatro de Itálica, al igual que
cualquiera de estas construcciones, estaba destinado a albergar espectáculos de
lucha, bien con gladiadores, animales, simulaciones de batallas o batallas
navales.
En la imagen podemos
ver claramente la organización de un anfiteatro. Podemos observar un edificio
de planta ovalada, resultado de unir dos teatros; en cuyo centro se encuentra
la arena, zona destinada a las luchas,
además en la fotografía se aprecia la peculiaridad que presenta este anfiteatro
con respecto a la mayoría de sus homónimos, pues en la zona de la arena quedan
restos de lo que antaño fue la fossa bestiaria,
zona subterránea que aparece sólo en contados casos y destinada a albergar las
jaulas de los animales y otras dependencias, el subterráneo quedaba cubierto
por vidas de madera sobre la que se extendía la arena de batalla. La zona de la
arena se rodea de la cavea, que es la
zona del graderío en donde se acomodaba el público. Las gradas apoyan sobre un
macizo de hormigón en cuyo interior se abren diferentes corredores que permiten
la entrada y salida de los espectadores al recinto, son los vomitorios.
En su estado original
el edificio estaba cubierto de placas de mármol y piedra de Tarifa, de las
cuales apenas quedan leves testigos de su existencia.
A diferencia de las
construcciones griegas, las romanas no se excavan en el terreno, sino que se
levantan en altura.
En España, además de
este anfiteatro se conservan otros importantes ejemplos como el anfiteatro de
Emerita Augusta (Mérida) o Tarraco (Tarragona) entre otros.
El Circo Máximo
(en latín Circus Maximus, la pista de carreras mayor) era una
antigua pista de carreras, lugar de reunión para espectáculos populares situado
en Roma.
Situado en el valle
entre los montes Aventino y Palatino, el lugar fue utilizado primero para
juegos públicos y entretenimientos por los reyes etruscos de Roma.
La demanda de
entretenimientos populares a gran escala por parte de la ciudadanía romana
llevó a Julio César a ampliar el Circo sobre el 50 a . C., tras lo
cual la pista medía aproximadamente 600 metros de largo, 225 metros de ancho y
podía albergar a unos 150.000 espectadores sentados (muchos más, quizá un
número parecido, podían ver los juegos de pie, agolpados en filas sobre las
colinas adyacentes).
El acontecimiento más
importante celebrado en el Circo era la carrera de carros. En la pista cabían
hasta 12 carros y los dos lados de la misma se separaban con una mediana
elevada llamada la spina. Las estatuas de varios dioses se colocaban en
la spina y César Augusto también erigió un obelisco egipcio en ella. En
cada extremo de la spina estaba colocado un poste de giro, la meta,
en torno al cual los carros hacía peligrosos giros a gran velocidad. Un extremo
de la pista se alargaba más que el otro, para permitir que los carros se
alinearan al comienzo de la carrera. Allí había verjas de salida o carceres,
que escalonaban los carros para que todos ellos recorrieran la misma distancia en
la primera vuelta.
Se conserva muy poco
del Circo, con la excepción de la pista de carreras, hoy cubierta de hierba, y
la spina. Algunas de las verjas de salida se conservan, pero la mayoría
de los asientos han desaparecido, sin duda por haber sido empleada la piedra
para construir otros edificios en la Roma medieval.
Arco de Tito. En la linde oriental del Foro Romano se
erigió en honor de Tito, a poco de su muerte en el año 81, este arco, hoy el
más antiguo de cuantos se conservan en Roma.
El arco consigue armonizar perfectamente lo
que pudieran ser componentes antagónicos, la puerta y los pilares de una
muralla. El conflicto radicaba en el enlace de las proporciones de aquélla con
las de éstos. El arco ha de ser de medio punto, y debe tener, por tanto, una
altura relativamente baja. Las semicolumnas de los ángulos de los pilares no
pueden ser tan altas que parezcan gallardetes; y sin embargo, pilares y arco
deben alcanzar una misma altura y compartir un entablamento y un ático comunes.
La solución encontrada aquí fue perfecta: las pilastras del arco descienden
hasta la última moldura del zócalo, mientras que las columnas arrancan de
encima de éste. Los capiteles pertenecen al orden compuesto, de las hojas del
corintio y las volutas del jónico, una nueva moda implantada entonces.
En el interior del
pasadizo del arco, se encuentran a media altura, uno a cada lado, dos
altorrelieves de gran formato. Uno está dominado por la cuadriga y el carro en
que el emperador Tito, a quien corona la Victoria, desfila en triunfo. No lo
acompañan, como sería de esperar, los magistrados, sacerdotes, vestales,
miembros de la familia imperial y allegados, sino sólo los lictores con sus
fasces y las figuras alegóricas de Dea Roma, seguida dócilmente por la cuadriga
imperial, el Genius Populi Romani y el Genius Senatus. Cuando el arco fue
levantado, Tito había muerto. En lo más alto del intradós del arco un relieve
lo muestra en su transporte al cielo a lomos del águila de la consecratio. Esta
circunstancia aconsejó sin duda no representarlo en compañía de los vivos, sino
de figuras alegóricas, aunque el hecho que se conmemoraba fuese histórico.
Nacía así como nuevo género el relieve histórico-alegórico.
El otro relieve es una visión puramente histórica del mismo desfile y no hay en ella nada sobrenatural, sino sólo la masa más compacta aquí, más holgada allí, de los portadores del botín y de ciertas enseñas en un lugar y momento concretos, el de su entrada por la Porta Triumphalis, reconocible por las dos cuadrigas que la coronan. La puerta, vista de escorzo, se sumerge en el fondo del relieve como si éste no existiese. La apretada turba camina ligera en varios planos, y sus componentes tienen no sólo el mayor o menor bulto que les corresponde, sino distintas alturas. El movimiento parece ondulante, y su trayectoria, curva: el cortejo viene de frente por la izquierda y gira hacia el fondo por la derecha, penetrando en el vano de la puerta. Este y otros pormenores del relieve recuerdan a las urnas tardías de Volterra y podrían revelar una concepción tuscánica o itálica del mismo.
Como en el relieve anterior, a las figuras les sobra el tercio superior del fondo, que allí se rellena con los ocupantes del carro y sobre todo con las fasces, que crean ilusión de espacio, y aquí con las piezas más características del botín judaico -la Mesa de los Panes, las Trompetas de plata y el Candelabro de los Siete Brazos, del Templo de Jerusalén-, y con unos estandartes en forma de tabula ansata. Esta concepción y este tratamiento del fondo le dan al relieve una gran profundidad espacial, y su claroscuro una plasticidad tan intensa y tan pictórica como es posible en un relieve. Si esas calidades justifican el empleo de los términos ilusionismo y barroco, tan anacrónicos el uno como el otro, es cuestión de criterios.
El otro relieve es una visión puramente histórica del mismo desfile y no hay en ella nada sobrenatural, sino sólo la masa más compacta aquí, más holgada allí, de los portadores del botín y de ciertas enseñas en un lugar y momento concretos, el de su entrada por la Porta Triumphalis, reconocible por las dos cuadrigas que la coronan. La puerta, vista de escorzo, se sumerge en el fondo del relieve como si éste no existiese. La apretada turba camina ligera en varios planos, y sus componentes tienen no sólo el mayor o menor bulto que les corresponde, sino distintas alturas. El movimiento parece ondulante, y su trayectoria, curva: el cortejo viene de frente por la izquierda y gira hacia el fondo por la derecha, penetrando en el vano de la puerta. Este y otros pormenores del relieve recuerdan a las urnas tardías de Volterra y podrían revelar una concepción tuscánica o itálica del mismo.
Como en el relieve anterior, a las figuras les sobra el tercio superior del fondo, que allí se rellena con los ocupantes del carro y sobre todo con las fasces, que crean ilusión de espacio, y aquí con las piezas más características del botín judaico -la Mesa de los Panes, las Trompetas de plata y el Candelabro de los Siete Brazos, del Templo de Jerusalén-, y con unos estandartes en forma de tabula ansata. Esta concepción y este tratamiento del fondo le dan al relieve una gran profundidad espacial, y su claroscuro una plasticidad tan intensa y tan pictórica como es posible en un relieve. Si esas calidades justifican el empleo de los términos ilusionismo y barroco, tan anacrónicos el uno como el otro, es cuestión de criterios.
Arco
de Constantino. Construido en 315 por el pueblo y el senado en
conmemoración del décimo aniversario del emperador y su victoria sobre Majencio
en Ponte Milvio. Tiene 21
metros de altura, casi 26 metros de ancho y más
de 7 de profundidad, con un gran arco central y dos laterales, con
bajorrelieves de la vida y batallas del emperador.
Ornamentalmente el arco de Constantino, es una cantera
para el conocimiento de la evolución estilística del arte romano, muchos de sus
elementos fueron arrancados de otros monumentos anteriores; así, las columnas
son de la época Flavia rematadas en el friso con esculturas de la época de
Trajano; los medallones dos sobre cada puerta lateral, son de la era de
Adriano; y los bajorrelieves del friso superior son aurelianos. Únicamente las
bandas decoradas sobre los arcos laterales y los zócalos son originales de la
época de Constantino
Columna de Trajano. En el año 101 el
emperador Trajano inició la conquista de la Dacia, región que ocupaba parte de
la actual Rumanía. Dos guerras sucesivas le fueron necesarias para la
conversión de aquel territorio en una nueva provincia romana, hasta que en el
año 106 Trajano regresó triunfante a Roma.
Los
botines obtenidos permitieron al emperador disponer la construcción de un nuevo
foro en la ciudad, una enorme plaza porticada de grandes dimensiones, rematada
por espacios curvos en sus dos extremos, al modo helenístico. El conjunto fue
diseñado por el arquitecto sirio Apolodoro
de Damasco (60-130), quien dispuso allí diversos edificios, entre otros
una basílica, un templo, los famosos mercados y dos bibliotecas. Además, el
Senado acordó que se levantase allí mismo una columna conmemorativa que
celebrase la nueva conquista y narrase los distintos episodios de las campañas
militares. Ese es pues el origen de la Columna
Trajana, un cilindro de mármol que alcanzaba unos 34 metros de altura,
levantado sobre un pedestal en el que deberían reposar en su momento las
cenizas del emperador y rematado por una escultura colosal que representaba,
desnudo y heroizado, al propio Trajano. (Actualmente ocupa ese lugar una
estatua de San Pedro). Una escalera recorre todo el interior, faclitando el
acceso a la parte superior.
No
existían precedentes en Roma de un monumento conmemorativo de tales
características y tampoco era costumbre en el mundo griego. De forma que esta
columna colosal ha de considerarse como una novedad absoluta en la Historia del
Arte que luego ha tenido muchas otras continuadoras. Sobre el mármol del
cilindro se dispone una banda helicoidal de bajorrelieves que ocupa unos 200 metros de longitud.
En ellos se narra, de abajo a arriba y con el típico detallismo romano, las dos
campañas militares de Trajano en la Dacia, contadas con un afán de narración
histórica que nos permite ver como se afrontaba una empresa bélica de estas
características en la Roma imperial. Parece evidente que el narrador no quiere
contarnos relatos fantasiosos sobre las victorias de Trajano. Su interés se
centra en que el espectador sea capaz de hacerse cargo de lo que implica, para
un jefe militar, alcanzar la victoria.
A lo largo de la
columna no se advierte un vacío, ni un
instante de fatiga inventiva; es como un libro esculpido en mármol. El relieve,
muy plano, de manera que no se altera la línea arquitectónica de la columna, se
vale de mil trucos -pieles, corazas, árboles, piedras- para no caer en la
monotonía.
Miquel Angel decía que
los venecianos nunca llegarían a la perfección artística porque no poseían una
columna trajana como la tenían ellos en Roma.
Las escenas se suceden
unas tras otras, sin marco de separación para cada combate o cada momento de
acción, sin embargo las figuras están hábilmente agrupadas y fácilmente se
comprende el sentido de cada cuadro. En algunos momentos, las ilustraciones son
de un realismo extraordinario, pero se advierte que el espíritu romano está en
contacto con el elemento nórdico, romántico, de los pueblos bárbaros, que
tenían que infundir su espíritu en los tiempos medievales. Encontramos grupos
de bárbaros, con gesto dolorido, que discuten la marcha de los acontecimientos
en los bosques de Germania, las mujeres participan en la lucha y, finalmente,
cuando el jefe de la resistencia, Decébalo, muere en la batalla, la Luna se le
aparece como una valquiria germánica. Podemos ver, después, las bellas escenas
de la paz, cuando los jefes bárbaros prestan acatamiento al emperador; las
escenas del campamento, los cuadros de la vida militar romana, llenos de
realidad y naturalismo...
No sabemos el nombre de
quienes pudieron trazar unos relieves de tan colosales dimensiones, aunque la
unidad estilística llamará profundamente nuestra atención, al tiempo que su
capacidad para mostrarnos verdaderas escenas en un plano de tan escaso volumen,
consiguiendo que el efecto de profundidad sea mayor que el que corresponde a la
realidad. Todo ello para narrar los esfuerzos de quien fue consierado el mejor
emperador de Roma, el italicense Trajano.
Puente de Alcantara.
Posiblemente
estemos ante el puente romano más
relevante de los que quedan en el mundo. De hecho, su nombre, Alcantara
(Al Qantarat), quiere decir "el puente" en árabe, suficiente para
comprender la importancia de esta obra. Fue constuido entre los años 105 y 106 por el arquitecto romano Cayo Iulio Lacer en la Vía que
comunicaba Norba -actual Cáceres- con Conimbriga - hoy Condeixa-a-Velha-, por
lo que no es un acceso a ninguna ciudad.
Está compuesto por seis arcos que salvan una distancia de214 m . sobre el río Tajo y
que se apoyan en cinco pilares y dos estribos en sus extremos. Sus proporciones
son impresionantes, de 48 m . de altura máxima en sus
dos arcos centrales.
Está compuesto por seis arcos que salvan una distancia de
Los
pilares rectangulares miden aproximadamente 12,20 m . por 8,3 m . y tienen tajamares
triangulares adosados de 8,3 m .
de base y 7 m .
cada uno de sus otros lados, formando así una forma pentagonal. Descansan
directamente sobre la roca de pizarra, que fue alisada para soportar los
sillares a la perfección.
En
su centro, y sobre la calzada, tiene un Arco
de Triunfo de un vano que
ha sido modificado en sucesivas ocasiones. Mide 13,15 m . de altura, con una
planta rectangular de 11,5 m . por 2,60 m . y descansa sobre el
pilar central de la constucción. En el se observan dos placas de mármol, una
por lado, donde aparece la inscripción con la fecha de su construcción y la
dedicación al emperador Trajano.
La
fábrica del puente es magnífica,
de sillares de granito almohadillados
-opus cuadratum- colocados en seco a
soga y tizón. En algunas ocasiones están unidos por grapas metálicas "cola de
milano", concretamente en la zona más baja de los pilares. La altura total
del puente es de 57 m .
que aumenta si contamos los 14
m . del Arco de triunfo. Las distintas acciones bélicas
que ha sufrido en su vida han producido que parte de los arcos se
reconstruyesen, en concreto los dos últimos arcos, el 5º y 6º, no son los
originales.
El Acueducto
de Segovia (en realidad, el puente del acueducto) es uno de los monumentos
más significativos y mejor conservados de los que dejaron los romanos en la
península Ibérica
En
la parte más profunda mide 28,5
metros (con cerca de 6 metros de cimientos) y
tiene dos pisos de arcos que se sostienen con pilares. Está construido con
sillares de granito colocados sin argamasa entre ellos.
El
acueducto es el hito arquitectónico más importante de la ciudad. Se ha
mantenido en activo a través de los siglos y quizás por eso haya llegado al
tiempo presente en perfecto estado. Hasta casi nuestros días proveía de agua a
la ciudad de Segovia, y más concretamente a su Alcázar. En los últimos años ha
sufrido un patente deterioro debido a la contaminación (calefacciones y tráfico
rodado, que hasta hace poco pasaba entre los arcos) y a los propios procesos de
erosión del granito.
Lucius
Junius Brutus. Obra escultórica, de autor desconocido. Probablemente pertenezca
al s.III a. C., aunque hay estudiosos que piensan que podría pertenecer al s.I
a. C., ya que durante estos siglos hubo la moda de representar retratos de
personajes históricos o legendarios de épocas históricas anteriores, sobre todo
de la época de la República Romana.
Esta obra
está realizada en bronce, mediante la técnica de la cera perdida. Para los ojos
se utilizó pasta vítrea y marfil.
Representa
el busto de un hombre en la edad madura que se asemeja a la figura del Cónsul
Lucius Junius Brutus, que fue un personaje que vivió a comienzos de la
República, y se cree que fue el fundador de la misma. . Dicho personaje
aparecía representado en las monedas de época muy posterior, por lo que se les
llama pseudo-Brutus. Hoy se conoce
Si el
retrato griego tenía la función de exaltar a un ciudadano, y la mayor parte de
las estatuas eran honoríficas y se colocaban en un lugar público de la ciudad;
en el arte etrusco, el retrato tuvo una finalidad funeraria, la función de
recordar a nuestros antepasados. Por eso lo importante era reproducir, con la
mayor veracidad posible, la cara del retratado, y con eso ya era suficiente.
Por lo tanto se descuida de reproducir las otras partes del cuerpo, e incluso
se llega a prescindir del cuerpo del retratado, porque se le ve como un
pedestal de la cabeza. Así pues, lo que se hace es producir cuerpos en serie y
se les “presta” a las cabezas.
Es un
busto que debió coronar una estatua de cuerpo entero. Aunque el tamaño de esta
cabeza parece ser un poco mayor al natural. El cabello es muy plano y corto,
dibujado con mechones algo ondulados, y se adapta perfectamente a la
disposición de la frente. La barba, como el pelo, no está tratada
plásticamente. Las cejas son prietas.
Se
representan los rasgos individuales del retratado en la cara: frío semblante,
en el que se refleja una severidad y una resignación; los ojos, muy unidos,
juntamente con la barbilla, muy pronunciada, acentúan este carácter fuerte y
enérgico. Es una faz con gran capacidad expresiva, a lo que contribuye que los
ojos están hechos con pasta vítrea y marfil, que dan una sensación de mirada
penetrante. Los labios son finos y se cierran herméticamente, contribuyendo a
donar la idea de un carácter persistente.
En este
retrato, que pertenece al mundo itálico etrusco, confluyen dos corrientes:
·
Una tendencia realista: propia del mundo etrusco y que
se manifiesta en la reproducción con gran veracidad de los rasgos físicos del
retratado.
·
Una tendencia idealizante: propia del mundo helenístico y
que se manifiesta en la representación de los aspectos psicológicos del
retratado, (la serenidad, el dominio de su personalidad, el equilibrio, etc.)
Estas dos
corrientes nos hacen pensar que los autores fueron hombres de talleres romanos.
Por otra parte, estas dos corrientes se unirán en el retrato humano, por lo
tanto, este busto se considera como un antecedente del retrato romano.
Brutus Barberini. El
retrato se tiene por una de las manifestaciones más originales del arte romano
y tradicionalmente se consideraba creación romana aunque las raíces están en la
tradición del último helenismo donde se da un avance en la individualización de
los retratos. Una segunda raíz la encontramos en los retratos funerarios
etruscos (siglos VII y VI a.C.).
Una tercera fuente sería una costumbre típicamente romana
llamada imagines maiorum, costumbre de la clase
patricia de hacer máscaras de cera de sus difuntos, para conservarlas en
sus casas y llevarlas en las ceremonias religiosas funerarias, éstas máscaras
se realizaban en bronce u otros materiales.
Buenos ejemplos son el grupo de Catón y Porcia y la escultura
conocida como Brutus Barberini, representación de un patricio llevando dos
bustos de sus antepasados en la procesión.
Si los retratos del mundo griego eran casi exclusivamente de
varones y mujeres famosas, de personas que habían ganado reputación como
atletas, poetisas, filósofos, gobernantes y oradores, los retratos romanos,
podían ser de cualquier persona que tuviera medios, relaciones familiares o una
cierta distinción para poder encargarlos. La gente de Roma, quería la imagen
precisa de una determinada persona. Bajo la influencia del arte griego, los
escultores que trabajaban para los romanos modificaban muy a menudo su estilo
de retrato y hacían que sus personajes parecieran más bellos o más poderosos de
lo que realmente eran, pero sin sacrificar sus características particulares. Y
buscaron plasmar, no sólo el fisico, sino también el alma, el carácter.
Llegaron así, al retrato psicológico.
Cultivaron el retrato de cuerpo entero, - de pie, sentado
(sedente) o a caballo (ecuestre)-, o sólo de la parte superior del cuerpo, es
decir, en busto. En los primeros tiempos, y hasta la época de Augusto, el busto
sólo comprendía hasta el cuello; en el siglo II son frecuentes retratos de
media figura. Aunque en la actualidad han perdido el color, normalmente eran
policromados hasta el siglo II.
A partir de entonces, fueron monocromos. El material más común
fue el mármol, aunque también se utilizó el bronce.
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Augusto
Prima Porta. Escultura en bulto redondo, de cuerpo
entero en actitud de pie como dirigiéndose al público, realizada en
mármol.
Las superficies
parecen lisas y pulidas aunque en su armadura se aprecian relieves de mucho
trabajo. Se aprecia algo de frontalidad y su actitud es reposada y serena, con
una posición de contraposto al estilo de la Grecia Clásica. La luz incide de
forma homogénea y suave y no se aprecian restos de policromía.
En cuanto a sus formas
de expresión se aprecia un naturalismo acusado con algo de idealización. El
parecido con la realidad es evidente pero en su rostro se ve al político sereno
y seguro: realidad idealizada. La anatomía está muy bien trabajada al igual que
los pliegues de sus ropajes. Todo está pensado para dar una dimensión temporal
de eternidad.
La escultura
representa a Cesar Octavio, primer emperador de Roma (Roma, 63 a . C. Nola, 14 d. C.). Tras
el asesinato de Cesar, que le había declarado su heredero, formó parte del
Segundo Triunvirato junto con Antonio y Lépido, de quienes se deshizo
posteriormente. Hecho con el poder absoluto recibió los títulos de Imperator y
Augusto. Dirigió sus luchas contra astures, cántabros y germanos. Conquistó la
cuenca del Danubio y proporcionó al Imperio una época de paz y esplendor
cultural (Pax Augusta), si bien en medio de una notable falta de libertad.
Fue encontrada esta
escultura monumental el año 1868 en Prima Porta, un lugar suburbano de Roma,
junto a la Vía Flaminia. Probablemente es réplica o copia de otra escultura del
emperador, realizada en bronce o tal vez en oro. Apenas unas huellas de rojo,
amarillo, dorado y pardo sobreviven en la escultura. El copista nos presenta a
Augusto divinizado, por tanto, descalzo, cual correspondía en el mundo clásico
a los dioses y mortales deificados. A sus pies, a modo de soporte, Cupido sobre
un delfín en alegórica referencia a la descendencia de los Julios de Venus.
Como era habitual en épocas pasadas, de esta forma se entroncaban religión,
linaje y política, revistiéndose al poder personal de una aureola sagrada que
justificase su ejercicio.
En el adivinamos
algunos de los rasgos de su carácter: introvertido, nervioso, melancólico,
majestuoso, pero sin estridencias; la aristocrática naturalidad de quien se
sabe portador y responsable de una gloriosa herencia.El Augusto de Prima Porta
aparece en pie y con coraza; el paludamentum va enrollado en la cintura y
sostenido por el brazo izquierdo, mientras el derecho avanza en gesto típico
del momento de la alocución al ejército. La corona, coraza y paludamentum
vienen a representar las insignias del poder imperial y la grandeza de quien lo
encarna. Todo este repertorio iconográfico viene a subrayar, de manera
inequívoca, la funcionalidad del arte como elemento de propaganda política. En
el Augusto de Prima Porta hemos de distinguir, por tanto, entre forma y fondo,
entre imagen y significado.Con este retrato se inaugura y hace arquetípica la
modalidad de retratos imperiales de a pie, que proliferarán por todo el
Imperio. Culmina así la larga e intensa tradición del retrato en Roma. El
siguiente paso será la representación de los emperadores semidesnudos,
coronados de laurel y portando atributos divinos como el águila de Zeus. El
proceso de divinización se acelera y Claudio es ya reconocido como dios en
vida. Sin embargo, no se caerá en la idealización de los rostros, que seguirán
respondiendo a la realidad fisonómica del retratado.
En el plano formal, si
bien el Augusto de Prima Porta posee una originalidad innegable, la influencia
de la estatuaria clásica griega es evidente. En este caso es claro su débito
con el Doríforo de Policleto: sus expresiones son parecidas y ambos se apoyan
en la pierna derecha mientras balancean la izquierda. La pica del Doríforo ha
sido sustituida por el bastón consular. No obstante esto, hay una diferencia
notable: la idea de reposo del clasicismo griego ha sido sustituida por el
dinamismo propio de un orador en su discurso.
Podemos decir, por
tanto, que en el Augusto de Prima Porta se produce, como en todas las
manifestaciones artísticas de la época augústea, la síntesis entre el
clasicismo griego, cuyo lenguaje formal se adopta, y la concepción romana de la
obra de arte sujeta a lo utilitario y real. Si el retrato griego perseguía una
concepción ideal del hombre a través de la heroificación del modelo, el romano
busca el máximo realismo recurriendo, con frecuencia, a la mascarilla, ya
realizada en vida, ya funeraria, de acuerdo con la tradición etrusca y
republicana. Retratos veraces y sinceros que aun cuando, como éste de Augusto,
estén ligeramente idealizados por su finalidad política y su carácter sagrado,
reproducen, junto con los rasgos físicos, las huellas que en ellos va dejando
el paso del tiempo y las adversidades de la vida.
Vibia
Matidia (la dama de la permanente). En los retratos femeninos la moda
del peinado sirve enormemente para fijar su cronología. Es indudable que
entonces como ahora había damas que se resistían a cambiar la manera de
peinarse; en efecto, se tienen grupos de personas de diferentes edades en que
las de una generación van peinadas a la antigua y las jóvenes a la última moda.
Mas para personas de representación social el peinado al gusto de la época era
una obligación que les imponía el cargo. Además es casi seguro que las modas se
originaban en el Palatino, y las lanzaba la emperatriz. En tiempos de los
Césares perduró la manera de peinarse de Livia, la esposa de Augusto. Por tanto,
se identificarán como retratos del tiempo de Tito o de los primeros años de
Domiciano los que aparezcan peinados formando los cabellos como una toca sobre
la cabeza. El alborotarse la mata de cabellos formando rizos es ya posterior a
la época de los Flavios.
Una
novedad del retrato de finales del siglo I, que perdurará en años sucesivos,
fue el movimiento lateral de la cabeza, rompiendo el frontalismo de retratos
anteriores. Además el tamaño del busto aumentó, comprendiendo pecho, hombros y
el comienzo de los brazos. El pelo se disponía hacia delante con mechones sobre
la frente y de forma plana. Además se dio, en general, un mayor realismo en
comparación a la etapa de Augusto. Bajo el gobierno de Tito se extendió un
determinado tipo de peinado femenino. El peinado se abulta y los rizos se hacen
más amplios, por tanto, se acentúan los claroscuros y hay más movimiento, que
se ve reforzado porque la cabeza comienza a girar.
La talla estaba hecha a trépano (instrumento utilizado para perforar).
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Adriano. Siguiendo una
costumbre de la época, implantada en días de Trajano, muchos retratos se hacen
sobre bustos grandes, que abarcan los hombros y los pectorales, pero muy poco
de la espalda. Los bustos llegarán a ser objeto de tanta atención como la
propia cabeza y a veces de mucha más, tanto si están desnudos, en el caso de
los varones, como revestidos de coraza y paludamento. También en los bustos
femeninos -estos siempre vestidos- los paños son esmeradamente tratados.
A un busto de Adriano, revestido de coraza, perteneció el más hermoso de sus retratos, la cabeza del Museo de las Termas. El emperador representa los cuarenta y tres años que tenía en el momento de su designación y el retrato debe corresponder al día de su investidura. Su semblante, bien proporcionado, tiene la lozanía de la juventud y la serenidad de quien está convencido de la rectitud de un programa político fundado en la paz y en la renuncia a las conquistas de nuevos territorios. Los pueblos del imperio lo reverenciaron por ello y a esa reverente consideración debieron de ayudar mucho retratos como éste, impregnados de la majestad y del poder de Roma.
El emperador se peina como lo hará toda su vida, dejando que el pelo sedoso y cortado por igual caiga hacia adelante y hacia abajo desde el remolino de la coronilla. Una orla de bucles enmarca la estrecha frente. El pelo gana plasticidad e interés. En los ojos se empieza a grabar el contorno del iris y la pupila.
A un busto de Adriano, revestido de coraza, perteneció el más hermoso de sus retratos, la cabeza del Museo de las Termas. El emperador representa los cuarenta y tres años que tenía en el momento de su designación y el retrato debe corresponder al día de su investidura. Su semblante, bien proporcionado, tiene la lozanía de la juventud y la serenidad de quien está convencido de la rectitud de un programa político fundado en la paz y en la renuncia a las conquistas de nuevos territorios. Los pueblos del imperio lo reverenciaron por ello y a esa reverente consideración debieron de ayudar mucho retratos como éste, impregnados de la majestad y del poder de Roma.
El emperador se peina como lo hará toda su vida, dejando que el pelo sedoso y cortado por igual caiga hacia adelante y hacia abajo desde el remolino de la coronilla. Una orla de bucles enmarca la estrecha frente. El pelo gana plasticidad e interés. En los ojos se empieza a grabar el contorno del iris y la pupila.
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Retrato ecuestre de Marco Aurelio. De los muchos
existentes monumentos ecuestres existentes en su día, ha llegado a nosotros
casi íntegro uno que es pieza fundamental en la historia del arte: el Marco
Aurelio que Miguel Angel instaló en la Plaza del Capitolio. Anteriormente, por
lo menos desde el siglo X, la estatua se encontraba en la Plaza de San Juan de
Letrán, donde tenía su casa el tres veces cónsul M. Annio Vero, natural de
Espejo (Córdoba), y había nacido su nieto y futuro emperador, Marco Aurelio.
Muy influyente en las estatuas ecuestres de la Edad Media, fue modelo del
primer Renacimiento, y sin ella no se explican las dos obras maestras del
género ecuestre conservadas hoy, el Colleone de Verrocchio y el Gattamelata de
Donatello.
Fundida en bronce para
conmemorar su victoria sobre los Partos, es una de las obras más preclaras de
la escultura romana. Con el manto de soldado sobre la túnica corta
-paludamentum: la capa roja de los generales- y botas de patricio, el brazo
ligeramente extendido, la mirada directa, todo el movimiento pausado con la
misma orientación, la majestuosidad del emperador se manifiesta en su máximo
esplendor. El caballo levanta la pata derecha delantera pisoteando a un bárbaro
caído que no nos ha llegado, pero que sabemos que existía por la descripción
del monumento en los Mirabilia Urbis Romae, una guía medieval de la ciudad de
Roma.
La retratística
antonina destaca por su aproximación al mundo helenístico, frente a la
aproximación al mundo clásico de la retratística julio-claudia.
A diferencia de lo que
luego harán los escultores renacentistas, el artista romano no falsifica la
relación entre el jinete y la montura, no se trata de un gran caballo que,
mirado desde abajo, maraville por su volumen o su corpulencia, por su empuje,
sino todo lo contrario, las piernas de Marco Aurelio sobresalen por debajo del
vientre de la montura, que no es desmesurada. Tampoco se ha introducido la
tensión contenida habitual en este tipo de estatuas, se trata, exclusivamente,
de poner ante nuestros ojos la presencia misma de Marco Aurelio, con todo el
rigor que sea posible, con toda la nobleza, pero siempre con una nobleza humana
y veraz. Esta caracterización anímica del retrato se mantendrá en épocas
posteriores, dando lugar a un nuevo realismo -de tipo moral- aunque manteniendo
una cierta idealización física
Muy influida por la
filosofía estoica, la retratística de Marco Aurelio se caracteriza por seguir
los modelos definidos por los dos predecesores y por la caracterización
psicológica del retrato, desconocida hasta entonces en el mundo romano, y que
marcará una nueva dirección en la escultura. No está representado como un
príncipe coronado, ni como militar poderoso, sino más bien como hombre cansado
y desilusionado filósofo estoico; de ahí su pelo y barba desgreñados y sus ojos
casi cerrados.
El Ara Pacis (Altar de la Paz)
es un monumento conmemorativo de la época del Imperio romano. Se halla en Roma
y fue construido entre el 13 y el 9 a . C. por decisión del Senado, en
acción de gracias por el regreso del emperador Augusto tras sus victoriosas
campañas en Híspania y Galia, y la paz que éste había impuesto. Está dedicado a
la diosa de la Paz y levantado en Roma, en el Campo de Marte, donde cada año se
debían sacrificar un carnero y dos bueyes.
El material utilizado es mármol de Carrara,
tiene una planta rectangular con unas dimensiones de 11 x 10 x 4'60 metros y no está
cubierto. Presenta dos puertas: una frontal para el sacerdote oficiante,
precedida de una escalinata, y otra posterior para los animales a sacrificar;
estas puertas estaban orientadas originalmente al este y al oeste. En su
interior el centro está ocupado por el ara propiamente dicha que se asienta
sobre un pedestal escalonado.
Lo más destacado es la decoración escultórica
que recubre el edificio. En el interior el friso está ocupado por guirnaldas y
bucraneos. En el exterior los zócalos se recubren de roleos de acanto. Los
frisos exteriores tienen distinta decoración según su ubicación: flanqueando
las puertas cuatro alegorías, y en los muros laterales dos procesiones.
Las alegorías están
relacionadas con la mítica fundación de Roma. De los cuatro originales solo dos
se han conservado casi completos; uno de éstos representa a Eneas y el otro (el
mejor conservado) a La Tierra, como una mujer con dos niños, flanqueada por los
genios fertilizantes del Aire sobre un cisne y del Agua sobre un monstruo
marino; todo ello acompañado de frutos y animales que hacen alusión a la
prosperidad proporcionada por la Paz de Augusto.
La procesión de los frisos laterales
representa a Augusto, su familia, amigos, magistrados y senadores, componiendo
un magnífico conjunto de retratos que, no obstante, deja entrever una fuerte
influencia de las Panateneas del Partenón, si bien los personajes procesionan
en dos filas con más orden y disciplina que en el templo ático. Se combinan
altorrelieves con medio y bajorrelieves, que contribuyen a crear sensación de
profundidad.
Nos encontramos, pues, ante una obra que
combina los elementos de origen griego y helenístico (la influencia de Fidias,
las alegorías y elementos decorativos helenísticos), con el realismo y la
sobriedad características de la tradición romana del retrato, representando por
su calidad el punto más alto jamás alcanzado en el arte de los relieves.
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